Contrastaba su débil complexión que reflejaba los halagos y comodidades hogareños donde se crió, con la de los habitantes del llano, robustos atletas que no habían conocido otro medio de vida que la lucha continua con los elementos y las fieras.
Sin embargo, el genio de Bolívar, sus conocimientos sobre la guerra y la fogosa persuasión de su verbo, lograron granjearse la admiración y el respeto de estos hombres rudos y tenaces.
Bolívar disfrutaba escuchando sus anécdotas y no desperdiciaba ocasión para alimentar sus egos con proclamas como esta:
“Llaneros: Solo el tremendo empuje de vuestras lanzas ha demostrado en muchísimas batallas, convertirán en realidad la libertad de nuestras patrias. Sois vosotros un ejército de centauros, cuyo arrojo y valor, casi suicida, escribirá en las páginas de la historia la admirable realidad de nuestra independencia; sois también vosotros el instrumento providencial que ha escogido Dios para alcanzar la libertad de América”.
Con estas arengas encendía en ellos el fervor patrio, argumentándoles que peleaban ahora por una causa justa que los inmortalizaría, y no por un simple botín de guerra.
Los llaneros aceptaron de buen grado la autoridad de Bolívar y aprendieron a ver en él al genio cuya estrategia militar era la indicada para planear las heroicas y portentosas acciones que dominarían el poder del ejército español, y que a ellos correspondía ser los ejecutores de las mismas.
Por eso lo siguieron a través del accidentado, cruento y para ellos insólito, camino de los Andes, para ceñir sus sienes con los lauros de la gloria en los épicos campos boyacenses.
Fueron pues, sus lanzas, arma preferida de la caballería llanera,
No hay comentarios:
Publicar un comentario